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Formas contemporáneas de vivir la Muerte

La tradición y valoración por lo pasado y la creencia en un ciclo que no finaliza, es lo que dentro de la mayoría de las culturas actuales sigue prevaleciendo, de maneras a veces más y a veces menos explícitas. En México, por ejemplo, el rito de la muerte es visto como una procesión tanto para el muerto como para el vivo, quien acompaña. Para ellos es más importante sobrellevar el fallecimiento inmediato de un ser querido con un sentimiento de alegría por lo vivido, en vez de tristeza y pena por lo perdido, como suele ser el duelo de negro en Argentina cuando alguien muere. El tipo de velorios mexicanos más común suele incluir mariachis que cantan las canciones favoritas del fallecido. La festividad (con connotación optimista) comunitaria del ‘Día de los Muertos” se celebra todos los años el 1ero de Noviembre, que curiosamente es una fecha que coincide tanto con eventos de raíz prehispánica y con el “Día de Todos los Santos” español, de quienes tomaron dicha fecha durante la evangelización. En el culto católico, existe una creencia similar de ayudar al fallecido a alcanzar lo que llaman la “visión beatífica”, por lo que se promueven las misas y plegarias a modo de impulso en honor al fallecido. A su vez, en la cultura guatemalteca, existe su propio evento sinónimo coincidente en fechas llamado “Día de los Santos”, donde los pueblos tienen sus propias ceremonias internas. 

 

Basadas en este punto de inflexión, nos llama la atención cómo se unifican características coincidentes de varias culturas que se ven globalmente representadas en la identidad principal de un solo país, como es el caso de México, bajo el punto de vista de agentes externos y miembros de las otredades geográficas. El evento méxicano es en el que uno piensa primero por defecto debido a sus mayores magnitudes y trascendencia, por más de no ser el primero ni único de su tipo. 

Además, darle realmente una importancia significativa en sus ritos hace que resulte particular para otras culturas menos practicantes, mostrando desde otra cara una imagen compleja sobre un concepto que todas las culturas enfrentan pero que no todas celebran, como lo es la muerte.

 

Para analizar “El día de los Muertos” mexicano, nos situamos en la ciudad de Oaxaca, ya que cuenta con la mayor preparación y predisposición a la celebración. Esto consiste en conformar altares y ofrendas en las tumbas, con un camino de pétalos de flores cempasúchi que van desde la puerta de la casa hasta el altar, con la creencia de que de esta forma el espíritu seguirá el camino hacia su hogar para reunirse con su familia viviente. Los alimentos que suelen incluir en las ofrendas son los que hayan sido del agrado del difunto y agregados regionales, entre los cuales comúnmente se encuentra el tradicional pan de muerto que simboliza el esqueleto del difunto. Al terminar la celebración, se reparten entre familiares o conocidos.  

 

A medida que nos adentramos a curiosear entre ciertos rituales, encontramos rasgos entre uno y otro que se entrelazan. Un ejemplo puede ser la creencia de que la vida continúa de otro modo no terrenal, los ritos de compartir y dar en comunidad (la eucaristía de los muertos si se puede decir), y todo lo que se magnifica en pos de la memoria, de un reencuentro que se vive con respeto, pero con felicidad y alegría. Siguiendo el testimonio de Jeffrey Gonzalez, guatemalteco, en Guatemala se cree que la continuación espiritual es en el cosmos, mientras que la corpórea alimenta la vida en la tierra al ser enterrado. Esta postura deriva de la combinación entre las creencias cristianas del Cielo y la cosmología maya. 

 

“Regularmente el pensamiento después de la muerte está apegado a la religión cristiana. Incluso en la mayoría de los pueblos indígenas, por todo el proceso de colonización y mestizaje, tomaron las ideas de la vida después de la muerte cristiana […] La diferencia más grande quizá es que para los mayas sí se percibe, incluso en algunos grupos indígenas actuales, que lo sagrado está en el suelo como lugar de origen y fin de la vida y no en el cielo” (J. Gonzalez, comunicación personal, 2 de diciembre de 2020) 

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La identidad de la cultura latinoamericana reproduce con calidez y euforia los sentimientos, reflejados en la tonalidad de los colores y la música que escuchan. Eso puede considerarse como una mismidad general, por más de que haya pequeñas sub-mismidades dentro. Por ejemplo en México, cuando se trata del Día de la Muerte, se incorporan vestuarios llamativos y caracterizaciones con imágenes representativas de catrinas, calaveras y otros ejemplos nativos. Parcialmente se ve como una festividad comercializada, aunque al ser reconocida mundialmente como patrimonio, también invita al extranjero a incluirse y sentirse parte en los festejos masivos. La fiesta se vive en las calles y en conjunto, no es una conmemoración de cada familia por separado, sino que los reúne como comunidad, festejando en comparsas, concursos de caracterización y altares más originales. A veces hasta se incorporan las fachadas de los edificios en la zona central de la ciudad para presentar hologramas temáticos y enfatizar las celebraciones. 

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Por el contrario, en Buenos Aires, esas prácticas sociales se verían moralmente desubicadas, ya que nuestro modo de enfrentar la muerte es a través del llanto y el luto con vestimenta negra y sobria. Para los argentinos, el fallecimiento de un ser querido es una razón para quedarse tirado en la cama y no levantarse, dejar temporalmente las actividades diarias, e incluso en casos extremos puede derivar en una depresión. Algunas personas desatienden sus necesidades básicas como comer y dormir debido al inmenso vacío que sienten, que les impide mantener el cuidado por sí mismos. Se evita escuchar música y divertirse, porque se lo considera indiferencia hacia la pérdida, y por ende, falta de cariño al fallecido. En una generalidad tipificada ideal (cada persona expresa su luto y dolor de manera diferente), se cree que es proporcional el amor hacia la víctima con el dolor que se expone ante su pérdida, y a diferencia de los otros dos objetos de investigación, no hay ceremonias comunitarias anuales en base a la Muerte. 

 

En los ejemplos mencionados anteriormente, los sentimientos expuestos son opuestos y extremos: completamente alegría sin lugar para el llanto, o completamente tristeza excluyendo las alegrías diarias de la vida cotidiana. En Guatemala, la fase intermedia en esta triple comparación, las secuencias ceremoniales y las prácticas sociales difieren en base a cada región: normalmente en la Ciudad de Guatemala, cuando una persona fallece, el velorio es sobrio y más similar al argentino. Esto puede verse claramente en una comparación superficial entre el Cementerio General (el cementerio principal del país) y el Cementerio de Recoleta en Buenos Aires. Ambos son espacios con santuarios, mausoleos y panteones de dimensiones similares para las familias políticas y adineradas, aunque con una muy puntual y marcada diferencia: el Cementerio de la Recoleta es un punto turístico con altos flujos circulatorios, incluido en los “5 lugares más importantes para conocer al venir a Buenos Aires” y por ende con grandes presupuestos y mantenimientos, mientras que el Cementerio General se encuentra en casi estado de abandono, debido a que es público y estatal, y el Estado le da poca importancia a los trámites burocráticos necesarios para su mantenimiento. Esto demuestra las diferencias generadas por las influencias y repercusiones económicas ante espacialidades similares de valor y respeto (de una forma no tan explícita) a la Muerte.  

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Por otro lado, los rituales velatorios en los pueblos del interior suelen inclinarse más hacia el parecido con las ceremonias mexicanas. Sus costumbres sociales implican embriagarse y llevar mariachis al velorio y al entierro. Además, muchas veces transportan el ataúd a pie por la falta de buenas carreteras.

Espacialmente, combinan con México por sus características coloridas, tomando como referente el Cementerio de Chichicastenango.

 

“Un patrón espacial que se repite en todos los cementerios de pueblos es el uso del color” (J. Gonzalez, comunicación personal, 2 de diciembre de 2020) 

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Durante el “Día de los Santos” (1ero de Noviembre de cada año), la costumbre involucra comer “fiambre”, un platillo tradicional, en el cementerio y a diferencia de México, no se suele dejar ofrenda excepto por un aguardiente tradicional llamado “indita”. En un pueblo llamado Sumpango, más conocido por su “Festival de Barriletes Gigantes”, se festeja en comunidad volando cometas para comunicarse con los muertos. El evento cultural toma lugar en el campo de fútbol al lado del cementerio (Sí, en Guatemala hay campos de fútbol al lado de los cementerios y es completamente normal. Un programa determinado que, como argentinas, no deja de sorprendernos). En base a leyendas populares, se cree que espíritus malignos invaden el cementerio para molestar a las ánimas buenas que descansan en el recinto, por lo que es necesario ahuyentarlas frenando el viento contra enormes barriletes, adoptando el fenómeno natural del aire como punto de contacto entre ambos mundos. A partir de esa recomendación de los sabios del pueblo, nace el Festival y con él los múltiples concursos para premiar los barriletes artesanales, coloridos, y con mensajes de unidad, amor, fe, respeto por las costumbres y la Madre Tierra. Nuevamente, podemos ver la influencia de la tradición y cómo por su valor simbólico y espiritual conforma el legado y la identidad del pueblo, siendo de las pocas costumbres verdaderamente indígenas y precolombinas en trascender. 

Por otro lado, en el pueblo Huehuetenango, durante el “Día de los Santos” se toma una postura totalmente diferente respecto a la Muerte, ya que directamente se la invoca a través de la colorida “Carrera de las Ánimas” anual. Esta tradición consiste principalmente en cabalgar un caballo desconocido estando borracho, siendo altamente riesgoso para la vida de los jinetes. Podríamos considerarlo como una reinterpretación indirecta de un sacrificio ya que por más de no sacarle el corazón por mano propia, la muerte de una persona representa un año de buena suerte y es motivo de una celebración más. 

 

Gracias a esta comparación, podemos crear una escala conceptual sentimental y metafórica sobre las diferentes prácticas tipificadas analizadas. 

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