
Vivir para Morir: Conclusión
A lo largo de la investigación pudimos confirmar la hipótesis de que existe una constante reinterpretación en los eventos, siendo analizados desde diferentes puntos de vistas, ya sean sociales, culturales, geográficos, religiosos, comerciales, etc. que nos permiten revelar las subdivisiones de mismidad, reflejando identidad en creencias acompañadas por los espacios urbanos, públicos o privados brindados, en donde se es participe activamente de tales eventos.
“La muerte no es súbita, es una transformación gradual hasta desaparecer, cuando se esfuma de la memoria de sus descendientes.” (Olguín y Núñez, 2019)
Quizás lo que buscamos es replantear la espacialidad y arquitectura de los cementerios, que dejen de ser pensados como un vacío espacial o poco incluido en la cotidianidad del espacio urbano porteño, y permitir tener una experiencia más cercana, que ese “respeto distante por el lugar de descanso” no determine la variedad de usos con otros usuarios. La integración con otros programas fomentaría otra forma de relacionarse, donde se promueva un mensaje más distendido en cuanto al tabú que se contrajo por rasgos pasados. Entender que solían ser espacios poco frecuentados por enfermedades de siglos anteriores en donde la muerte se sentía despiadada, es lo que creemos que mantuvo esta secuela heredada.
La contemporaneidad lo que pide es repensar estas idealizaciones o formas, y responder a un consenso social de forma tal que se logre una coparticipación de los usos y programas. Los ejemplos tipificados expusieron dinámicas demográficas diferentes con respecto a la participación, entonces ese es nuestro puntapié, traer tanta historia y novedad que permita desmitificar un edificio para que tenga una valoración acorde a lo que religiosa y filosóficamente nos remite, evitando que decaiga en abandono por falta de adaptabilidad a nuevos requerimientos culturales espaciales.
Igualmente, ante todo esto debe existir el pensamiento previo a cómo nos llevamos culturalmente con la muerte, sabiendo que es una complejidad que si buscamos responder, nos remite a nuestros antecedentes culturales. ¿Qué tan presente tenemos la valoración que le damos a la muerte, si en todo contexto religioso no implica más que una continuidad distinta del ser?
Claramente no podemos pasar por alto que nuestra forma de vivir el día a día nos hace perder la noción de que claramente somos mortales, esa mortalidad que a veces es vista como una debilidad, y quizás de ahí también proviene la situación tétrica y poco amigable a los cementerios, si termina albergando aquello que me recuerda lo efímero de la vida terrenal, pero que es ignorado.
Esa ignorancia, es justamente la que nos lleva a desligarnos de ese proceso que nos transmite la muerte, y sus espacios lo que buscan es enfatizar la solemnidad y respeto, poner en perspectiva la vida en sí. Ligar vida y muerte tanto en pensamiento como en recorrido espacial es un camino a trabajar para generaciones actuales y futuras, y es que concluir en esta mismidad evolutiva forja caminos de aceptación y vinculación integral de sociedades donde las re interpretaciones promueven lazos entre pueblos.
“Los conceptos antagónicos más esenciales serían los de vida y muerte, pues suponen el motor de desarrollo de estas culturas. La idea que generamos sobre estos pueblos siglos después es la de un gran culto a la muerte, pero en realidad se debe entender como una veneración por la vida, pues sin la muerte no podría existir una regeneración.” (Esteban Cercos, 2015: 9)