


La tierra y el cielo como poder y religión: postura socio-económica y política
Durante la Baja Edad Media, el feudalismo como modelo socioeconómico político estaba llegando a su fin. El comercio y la burguesía (nueva clase social dinámica, nacida en los burgos) habían crecido exponencialmente, generando mayor cantidad de rutas de circulación mercante y por ende, mayor seguridad de los bienes propios -creando también la imagen de los caballeros- y más oficios por hacer. Al haber más oficios, había más aprendices, por lo que mucha gente joven emigraba entre ciudades. El mayor flujo de movimiento se basaba en esto y en las corrientes peregrinas misioneras, fomentadas por las Cruzadas.
El poder estaba dividido entre la monarquía, los nobles influyentes económicamente y la gente de la Iglesia, que cada vez iba cobrando más importancia, gracias al apoyo creciente del resto de la población, la cual era analfabeta. Este apoyo masivo fue logrado difundiendo historias bíblicas oral y gráficamente, en construcciones financiadas por la Iglesia, con la contribución de limosnas colectadas entre la comunidad cada vez más creyente, sacando provecho de que los pagos dejaron de ser a través de intercambios materiales y de ganado para convertirse en un intercambio monetario.


Algunas de las Instituciones construidas a través de estos sustentos fueron catedrales, monasterios, escuelas, hospitales y nuevas universidades. En estas universidades, se enseñaban lo llamado “artes liberales” compuestas por el Trivium (gramática, retórica, lógica) y el Quatrivium (geometría, astronomía, aritmética, música), aunque también podían complementarse con estudios especializados en derecho, medicina, teología, filosofía. La filosofía medieval escolástica se proponía sistematizar la concepción cristiana del mundo en términos aristotélicos, siguiendo los conceptos de Santo Tomás de Aquino.
Los jóvenes más privilegiados se veían atraídos a adquirir conocimientos por medio de las nacientes universidades ubicadas en los centros urbanísticos más conocidos. Quizás la movilización de este grupo jóven suponía un factor determinante para el planeamiento del habitar urbano, gestionando casi la misma importancia del espacio que se le daba a lo religioso como a lo educativo.
“Un ayuntamiento podía obtener el apoyo de la Iglesia financiando la construcción de edificios religiosos, y la construcción de muchas de las mejores iglesias italianas del siglo XII en adelante, se debe más a está razón que a ningún auge popular del sentimiento religioso” (Risebero, 1993:81)
Es pertinente pensar que las mismas personas que financiaban estas obras, eran las mismas que estaban en los cargos más importantes del poder, ya que justamente buscaban a través de diferentes medios (en este caso la religión) generar una obediencia y conductas de comportamiento por parte de las grandes masas.
“La ciudad medieval es un cuerpo político privilegiado, y la burguesía urbana es una minoría dentro de la población total, que crece rápida y continuamente desde comienzos del siglo XI hasta mediados del XIV.” (Benevolo, 1979:50)
Podríamos repensar nuestra metáfora como “Los pies en el cielo, la mirada en la tierra” como una contradicción. Por un lado, podemos interpretar la metáfora siendo el grupo social que financiaba estas construcciones quienes estaban con los pies en la tierra, y la comunidad cristiana creciente, los que miraban al cielo.
Aunque por otro lado, también podemos interpretarlo como la sociedad “en el cielo” ganado a través de lo que se consideraban buenas acciones, obedece y/o cree lo que el poder, la monarquía, la nobleza y el clero decían, y que ellos sean quienes están mirando a la tierra por el poder económico y el manejo continuo de estas masas. Una manera de influenciar a la sociedad. Cabe destacar que la fe en ese momento era considerado algo casi de carácter obligatorio, y se lo inculca en la sociedad desde pequeños a través de canciones juglares, como por ejemplo “El cantar del Mío Cid” (1200) y “La canción de Roldán” (Siglo XI) y cuentos con moralejas, entre otros medios.
Esas buenas acciones estaban solicitadas a la intención de colaboración con aquellos bienes materiales que disponían los sectores más altos. Había un mayor contacto entre la comunidad religiosa con quienes eran sus mecenas, pero podemos preguntarnos si uno u otro era el que salía más beneficiado de esta relación. El contacto con la religión permitía una dosis más alta de comprensión hacia la voluntad de Dios, un acercamiento más estrecho si se quiere, y a su vez ofrecía a la otra parte una forma de sustento económico asegurado, un tributo. En cuestiones mundanas, los beneficiarios fueron por mucho los líderes de la Iglesia, que lograban así consolidarse y expandirse con ese poder.
“Toda situación de desventaja en este mundo es compensada con una situación de ventaja en el siguiente” (Academia Play, 2017: 9:33s)
